Inquieta bajo la luz de la luna que descubre tu rostro;

despierta en tanto mis manos simulan que tocan tu cuerpo

y mis sollozos se convierten en llanto;

paralizando este corazón adormecido por la espera.


Qué hay sino huellas sobre tu rostro divino

donde se advierte la sabiduría del tiempo y del espacio juntos;

que en tu regazo se siente la protección ante lo mundano y ordinario,

sin que tu andar se agite mientras caminamos por el campo,

sobre la hojarasca que el otoño dejó caída...


No hay verbo que en pasado o en presente

traduzca el lenguaje que mis palabras callan,

que mi cuerpo encuentra y que mi pensamiento traicione...


No habrá quizás, ni motivos ni razones

que reconforten a este corazón herido por el recuerdo,

por la locura expuesta de las mentiras dichas.

Hay  tan sólo, movimientos inertes

que permanecerán ausentes para toda una vida.




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